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domingo, 15 de abril de 2018

El final del verano.



Aquel verano fue especial. Estaban seguros, a sus trece años, de que jamás tendrían un verano como aquel y que no lo olvidarían nunca. Sus corazones se desgarraban esa mañana mientras hacían las maletas para volver a casa. Mientras doblaban toallas, escondían bañadores entre los pliegues de la ropa y revisaban cajones para no olvidar un par de calcetines o alguna gorra, rememoraban, medio sonrientes medio llorosos, los días estivales pasados. 

Cinthia y Simon venían de distintos lugares y de muy distintas familias. Los padres de Cinthia eran profesores universitarios, su padre de historia y su madre de periodismo. Rodeada siempre de una atmósfera de libros, cultura y amigos de sus padres, Cinthia estaba deseando vivir una experiencia nueva y por fin, tras un poco de chantaje emocional y el, uso un poco fraudulento, de sus siete sobresalientes, consiguió que sus padres consintieran en que pasase seis semanas en el campamento para chicos y chicas "Fort-beach", donde Cinthia tenía intención de ir para jugar, hacer gamberradas y pasarlo bien siendo la niña que, muchas veces, no la dejaban ser. 

Simon, por el contrario, era, como decía su madre, "un caso aparte". Malas notas casi desde que aprendió a escribir y malas compañías habían conseguido que sus padres decidieran recluirle en "Fort-beach" ese verano, apartándole así de sus poco favorables amistades. Pese a sus súplicas, amenazas y rabietas, su madre le hizo la maleta y le plantó dos besos mientras le metía en el autobús rumbo a "Fort-Beach". Cuando llegó se prometió a sí mismo ser un incordio para todos hasta conseguir que lo echaran. Y lo fue, pero no hasta que lo echaron, sino hasta que conoció a Cinthia.

Cinthia no se lo estaba pasando tan bien como esperaba, no conseguía hacer amigos y, en general, el campamento le estaba resultando ser un verdadero aburrimiento. Hasta que conoció a Simon. Ambos coincidieron gracias a (o por culpa de) la rebeldía de Simon y la tenacidad y aburrimiento de Cinthia. El primero se había dedicado a robar objetos personales del resto de chicos y chicas, entre ellos una rosada y muy cursi camiseta que Cinthia había dejado secando al sol. En realidad no le gustaba nada esa camiseta, pero el aburrimiento y su perseverancia (que otros tildaban de terquedad), le hicieron investigar sin descanso hasta que supo quién se había llevado su camiseta. 

Una vez resuelto el misterio, Cinthia y Simon repararon el uno en el otro y se hicieron amigos, superando uno las ganas de volver a casa y la otra el hastío por el campamento. Desde ese día abundaron los juegos, las escapadas nocturnas, las travesuras, la playa... La amistad, como suele pasar entre adolescentes, no tardó en dar paso a las maravillas del primer amor, a los besos robados y a los ya entregados, mientras los días pasaban como el viento. Hasta esa mañana, con las seis semanas ya consumidas, los corazones rotos y las maletas hechas.

Se despidieron con promesas de contacto, de reencuentros y de fidelidad eterna, de las que sólo pueden pronunciarse a los 13 años. Y Cinthia y Simon se separaron. Sabían que nunca volverían a vivir un verano como aquel, y ciertamente así fue. A lo largo de sus vidas no volvieron a verse, quedaron como recuerdos el uno en el otro. Pero, ese día y sin saberlo, se despidieron siendo Cinthia un poquito más Simon y Simon un poquito más Cinthia. Y sus vidas fueron otras, o no, eso nunca podrán saberlo, pero aquel trocito de Simon en Cinthia y aquel otro de Cinthia en Simon, vivió allí siempre, entre los pliegues de sus recuerdos, formando parte de quienes eran y de quienes no fueron.


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